jueves, 28 de noviembre de 2013

Autoevaluación


Confieso que cuando conocí una rúbrica (sin saber que era una rúbrica) en el Plan de acción del curso (el primer documento que nos dieron) al ver tantas categorías y tanto texto en cada casillero, mi reacción inicial fue que evaluar a un alumno así, es una tarea titánica cargada de subjetividades y zonas grises tales como el alumno “sabe”, “identifica”, “tiene dificultad”, “algunos”, “la mayor parte”, etc., que me hizo acordar cuando dos docentes estamos media hora para poner una nota, discutiendo si el alumno “sabe” o “no sabe”.

Sin embargo, ahora me parecen útiles para poner ciertas cosas en claro. Por ejemplo, a veces escuchamos una exposición oral y salimos pensando “fue mala” o “fue buena”, y no sabemos bien por qué. O cuando corregimos un examen y lo leemos y releemos y nos decimos “No puedo decir que esté mal, y sin embargo no termina de convencerme”. Bueno, las rúbricas nos ayudan a enfocarnos y/o explicitar, cuáles son esas pocas básicas para distinguir lo “bueno” de lo “malo”.


Pero pienso que las rúbricas deben ser relativamente breves y acotadas, sin pretender abarcar una inmensidad de cosas para no enredarnos, y usando bastante el sentido común. Por ejemplo, poniéndonos en el lugar de un alumno ¿qué requisitos tiene una clase para que nos resulte “aceptable”?: que se escuche bien, que el docente no sea monótono, que no se vaya de tema, es decir, a veces no mucho más que eso.

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