Confieso que cuando conocí una rúbrica (sin saber que era
una rúbrica) en el Plan de acción del curso (el primer documento que nos
dieron) al ver tantas categorías y tanto texto en cada casillero, mi reacción
inicial fue que evaluar a un alumno así, es una tarea titánica cargada de
subjetividades y zonas grises tales como el alumno “sabe”, “identifica”, “tiene
dificultad”, “algunos”, “la mayor parte”, etc., que me hizo acordar cuando dos
docentes estamos media hora para poner una nota, discutiendo si el alumno “sabe”
o “no sabe”.
Sin embargo, ahora me parecen útiles para poner ciertas
cosas en claro. Por ejemplo, a veces escuchamos una exposición oral y salimos
pensando “fue mala” o “fue buena”, y no sabemos bien por qué. O cuando
corregimos un examen y lo leemos y releemos y nos decimos “No puedo decir que
esté mal, y sin embargo no termina de convencerme”. Bueno, las rúbricas nos
ayudan a enfocarnos y/o explicitar, cuáles son esas pocas básicas para distinguir
lo “bueno” de lo “malo”.
Pero pienso que las rúbricas deben ser relativamente breves
y acotadas, sin pretender abarcar una inmensidad de cosas para no enredarnos, y
usando bastante el sentido común. Por ejemplo, poniéndonos en el lugar de un alumno
¿qué requisitos tiene una clase para que nos resulte “aceptable”?: que se
escuche bien, que el docente no sea monótono, que no se vaya de tema, es decir,
a veces no mucho más que eso.